Saturday, July 02, 2005

PERSECUSIÓN DOS

Quincedejuniodedosmilcinco
Lacondesaparquemexico
Unadelatardeconveinteminutos
Mijal Schmidt
Una mañana no como cualquiera, rociada por la intención de hacer de la cotidianeidad alimento fértil. Decido --sin decidir por cuenta propia-- seguir a aquella mujer para que se cuele por mi esófago hasta mis pasos. Su benevolencia con los perros callejeros, a quienes da de comer alas de pollo, me incita a pasear.
Emprendo la caminata tras sus presurosos pasos, me da la impresión de que tiene algo más que hacer a una hora determinada, pues a pesar de ser mucho mayor que yo, avanza como si adivinara que quisiera oler su vida.
¿Cuál es la diferencia entre el otro y yo?
La mujer jala un carrito de supermercado que parece ser más pesado que sus piernas. En él lleva trozos de vida y cuentos que va dejando caer según los animales a su paso. Encuentra a dos perros blancos, peludos y pregunta a sus dueños en tono dulce: "¿Dónde están las pelusas? ¿Las bañaron?" Platica un poco más con los adolescentes dueños de las pelusas y se va, quiero decir: casi corre.La sigo de lejos, en diagonal para evitar su mirada, presintiendo la mía.Toma la calle de Amsterdam, cruza hacia el camellón y dejo de verla un instante. Cuando miro de nueva cuenta, ella no está. Apresuro el paso buscando en toda dirección posible. Nada. De pronto enfoco la mirada, busco entre las flores del puesto de la esquina y la encuentro mientras ella platica con quienes parecen ser antiguos conocidos o recién desconocidos. Camino hacia atrás temerosa de haber sido ubicada por su intuición. Me escondo brevemente, ahora en frente de ella, yo tras árboles flacos.
Suena mi teléfono celular, contesto y la pierdo de vista por un instante. Camino más de prisa hasta verla de nuevo mientras saca bolsas de plástico de su carrito, para revisarlas. Toma la calle de Popocatépetl, se detiene en un puesto de garnachas, saca una bolsa en forma de gota por el contenido y la amarra a un árbol frente al banco en el que se sienta para aprovechar un tlacoyo de papa con salsa verde. Platica con familiaridad con las mujeres del puesto, que, como supe después, son hermanas y llevan diez años en el negocio sobre la banqueta. "Son los mismo años que lleva doña Aurelia --me explican--alimentando perros de la Condesa con la comida que pide en los restaurantes. A eso se dedica."
La mujer termina de comer y camina hacia Insurgentes. Se detiene en la parada de autobús y entonces comprendo, sorprendida, su labor: del carrito saca una bolsa con arroz rojo, salchichas y verduras y las pone en el piso, cerca de la boca del perro que está acostado, como si él también esperara el autobús. Después la mujer saca una caja de Dog Chow y con la mano revuelve las croquetas con el resto del alimento. Al terminar se limpia la mano en los arbustos que adornan la sequía del lugar. La mujer charla con algunos jóvenes ahí sentados hasta que llega un autobús: lo toma y se va.
Son las dosycuartodelatarde.

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