Wednesday, July 20, 2005

PASEANTE FORTUITO No. 2

Paseo Fortuito a Av. Tokio (en los confines del DF)
Daniela San Román


Siguiendo las instrucciones de EL PASEANTE FORTUITO: EL NUEVO JUEGO DE LA URBE hice un paseo al azar que ha resultado toda una travesía. Como es sabido, las condiciones para hacer este recorrido fueron determindas en un lance de dados y siguiendo una tabla de variables: a dónde ir (Av. Tokio, cerca de una reserva ecológica), cómo llegar (en camión), qué hacer al llegar al lugar (leer en voz alta), qué llevar (un objeto), etc. Después de revisar cuidadosamente la Guía Roji y darme cuenta de que no tenía idea de cómo llegar a mi destino, además de escuchar algunos comentarios sobre lo peligrosa que es la zona, me vi en la necesidad de adelantar un poco el viaje para disminuir los riesgos y contar con la luz del día. El grupo que me acompañó estuvo formado por Luna, Bellota y mi marido. Luna es la última muñeca que me regaló mi padre como símbolo de que para él siempre sería una niña; Bellota es una de las chicas súper poderosas, la verde, a quien llevé por si algo se ofrecía, y mi marido sería el responsable de tomar algunas fotos, seguir a los camiones en los que yo intentaría llegar y estar pendiente por si tenía que bajarme y avanzar algún tramo en carro.
Salimos de la calle Jesús del Monte en Cuajimalpa el domingo a las cinco de la tarde. Yo tomé un camión y mi marido fue detrás de nosotros, Luna con él, Bellota conmigo. Me bajé en el cruce de J.M. Castorena y la carretera Toluca-México y recorrimos en coche toda la carretera hasta llegar a Reforma. De nuevo tomé un autobús y bajé en el cruce con Palmas. Subí al coche, recorrimos esta última calle y llegamos a periférico norte, avanzamos varios kilómetros hasta encontrarnos con la Av. Mario Colín, ahí tomé otro autobús y la calle se convirtió en Av. Tlalnepantla-Tenayuca y posteriormente en Av. Acueducto. Al llegar a la Av. Coatepec debíamos dar vuelta a la izquierda, pero el camión siguió derecho su ruta, así que en la siguiente parada me bajé y seguimos el trayecto en carro. La Av. Coatepec se convirtió en calle Santa Teresa, luego en Emiliano Zapata, unos metros después en Venustiano Carranza, Juventino Rosas, hasta que por fin se volvía Lerdo de Tejada y ahí giramos a la izquierda y seguimos derecho. El objetivo era encontrar una pequeña calle de nombre Tatanacho que se convertiría en Fujiyama y nos llevaría directamente hacia Av. Tokio, mi destino final. El recorrido por estas callecitas resultó tan lento, que podíamos leer todos y cada uno de los letreros pegados en las casas del barrio: SE VENDEN COSTALES DE HARINA, CORTE DE PELO A $10, SE HACE POZOLE PARA LLEVAR, entre otros. Cuando finalmente encontramos la calle de Tatanacho, me bajé del coche y tomé el primer camión que pasó con un letrero que decía: TOKIO, mi destino final era la última parada de la ruta dieciocho (quizá la última parada del mundo, pensé); los pocos pasajeros que quedaban bajaron ahí y se dirigieron a sus casas. El final de la Av. Tokio estaba delimitado por ¡una reja oxidada, con una larga cadena y dos candados! A lo lejos sólo había árboles y pequeños cerros: un área de conservación ecológica. No puedo decir que la zona fuera limpísima ni tampoco que, en términos urbanísticos, estuviera bien planeada. Las calles subían y bajaban como en una montaña rusa, los sentidos vehiculares no estaban definidos y la gente cruzaba las calles sin preocuparse siquiera por no ser atropellada. Al bajarme del autobús leí en voz alta uno de mis libros preferidos: Muerte sin fin, de José Gorostiza. Tres niñas salieron de la casa más cercana y me veían de forma muy extraña, quizá pensaron que yo estaba loca. Al terminar de leer me acerqué a ellas para pedirles que posaran para una foto y a cambio les regalaría a Bellota, en cuyo interior había escondido un texto mío, que seguramente ya encontraron y posiblemente leyeron y botaron a la basura. Las tres niñas, que aparecen en la foto de abajo, aceptaron de inmediato y me dijeron sus nombres: Laura, Luciana y Lorena, Platicamos unos minutos y finalmente subí al carro feliz de saber que Bellota se quedaría a vivir en Tokio, entre aquellas niñas de los confines de la ciudad. Por cierto, las niñas no dejaron de sonreír cuando se las regalé. Avanzamos un par de cuadras y afuera de una casa, en la orilla de la calle, vi una cabeza de una muñeca tirada, llena de mugre y aceite. Le pedí a mi marido que parara y la traje con nosotros a casa. Al principio nos dio un poco de miedo e hicimos algunas bromas sobre vudú y otros temas. Ahora ella es parte importante de otra historia, es el punto final de este paseo fortuito.

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