Sunday, July 24, 2005

LLÉVESE EL JUEGO DEL PASEANTE FORTUITO

HOY QUE NUESTRAS CIUDADES SE HAN EXPANDIDO HASTA LO IRRECONOCIBLE, HOY QUE AL ESPACIO PÚBLICO SE LO COMIÓ EL AUTOMÓVIL, LA RUTINA Y EL MIEDO, FLUXUS LAB HA LANZADO AL MUNDO UNA FORMA INSÓLITA DE PERDER EL TIEMPO Y EXPLORAR LA CIUDAD: EL PASEANTE FORTUITO, EL NUEVO JUEGO DE LA URBE.
INSTRUCCIONES DEL PASEANTE FORTUITO
1. Con los ojos cerrados abra una Guía Roji al azar.
2. Mantenga los ojos cerrados y ponga su dedo índice sobre la superficie de la página encontrada al azar.
3. Abra los ojos: esa es la región de la ciudad a la que se lanzará ya sea a pie, en bicicleta, en auto, en metro o en pesero, según lo determine el azar.
4. Lance cinco dados con números. El lance determinará las coordenadas de su paseo de acuerdo a la siguiente tablita de variables.
TABLITA DE VARIABLES
Cómo llegar:
1) a pie 2) caminando 3) en bicicleta 4) en metro 5) en autobús
Objeto para llevar y dejar
1) libro 2) un objeto viejo 3)un aforismo de Cioran escrito en una cartulina
4) una foto 5) un papel con algo escrito por usted
Qué hacer en el lugar
1) un pic nic 2) lectura en voz alta 3) baile africano 4) dar regalos a la gente 5) mirar al cielo durante 10 minutos
Qué día ir
1) lunes o martes 2) miércoles 3) jueves 4) viernes 5) sábado o domingo
A qué hora ir
1) amanecer 2) mañana 3) mediodía 4) crepúsculo 5) noche

5. Tome fotos de su recorrido, de su llegada y de su estancia en el lugar. Una vez reveladas, péguelas en el ÁLBUM DEL PASEANTE FORTUITO que va junto con el juego. Cada vez que realice un lance por la ciudad, haga lo mismo.
6. Se recomienda llevar ropa cómoda, agua y de quererse una libretita de apuntes o una grabadora portátil para registrar los ruidos del camino.
7. El paseo se puede hacer a solas, con un amigo o con una banda de amigos.
NO SE QUEDE EN CASA MIRANDO LA TELE O BORRANDO LA BASURA DE SU E-MAIL. SALGA DE PASEO Y CONOZCA ESA CALLECITA DE LA PORTALES CUYA EXISTENCIA DESCONOCÍA O AQUEL DESOLADO PARQUE EN LOS CONFINES DE VILLA COAPA AL QUE NUNCA HA IDO. EL PASEANTE FORTUITO ES UN JUEGO CON POSIBILIDADES INFINITAS PARA PERDERSE EN LA URBE. ¡Y NO CUESTA NADA!

Thursday, July 21, 2005

PASEANTE FORTUITO No. 1

Quién soy: Flor Aguilera
Coordenadas de mi paseo fortuito:
Ir sola al metro Tacubaya, al medio día de un sábado
.
La acción que debo realizar ahí:
Regalar un libro
Cómo debo llegar: En bicicleta (interpretado como bici o moto, o Vespa, o cualquier vehículo con dos llantas y frenos...).
Relato de la aventura: Después de un intento fallido (casi accidentado) de llevarme la Vespa que había pedido prestada para ir al metro Tacubaya, regresé a mi casa y le entregué la moto a su dueño. Decidí caminar a Patriotismo y de allí tomar el metro a mi destino. El libro que elegí para regalarle a la gente es un libro de poesía que yo escribí. Se llama 55 cuadros por segundo. Dejé la primera copia en mi asiento y al salir me dispuse a caminar por el mercado que se encuentra afuera de la salida del metro. La gente reaccionó con recelo al principio. Algunos aceptaban el libro, pero no se dejaban fotografiar. Cuando se me terminaron los libros me dirigí al metro de nuevo y unos chavitos me empezaron a gritar tratando de llamar mi atención. Pensé que me querían robar la cámara. Cuando me alcanzaron supe que lo único que querían era una copia del libro. Me quedé platicando con ellos un rato y después tomé el metro de regreso a casa.









Wednesday, July 20, 2005

PASEANTE FORTUITO No. 2

Paseo Fortuito a Av. Tokio (en los confines del DF)
Daniela San Román


Siguiendo las instrucciones de EL PASEANTE FORTUITO: EL NUEVO JUEGO DE LA URBE hice un paseo al azar que ha resultado toda una travesía. Como es sabido, las condiciones para hacer este recorrido fueron determindas en un lance de dados y siguiendo una tabla de variables: a dónde ir (Av. Tokio, cerca de una reserva ecológica), cómo llegar (en camión), qué hacer al llegar al lugar (leer en voz alta), qué llevar (un objeto), etc. Después de revisar cuidadosamente la Guía Roji y darme cuenta de que no tenía idea de cómo llegar a mi destino, además de escuchar algunos comentarios sobre lo peligrosa que es la zona, me vi en la necesidad de adelantar un poco el viaje para disminuir los riesgos y contar con la luz del día. El grupo que me acompañó estuvo formado por Luna, Bellota y mi marido. Luna es la última muñeca que me regaló mi padre como símbolo de que para él siempre sería una niña; Bellota es una de las chicas súper poderosas, la verde, a quien llevé por si algo se ofrecía, y mi marido sería el responsable de tomar algunas fotos, seguir a los camiones en los que yo intentaría llegar y estar pendiente por si tenía que bajarme y avanzar algún tramo en carro.
Salimos de la calle Jesús del Monte en Cuajimalpa el domingo a las cinco de la tarde. Yo tomé un camión y mi marido fue detrás de nosotros, Luna con él, Bellota conmigo. Me bajé en el cruce de J.M. Castorena y la carretera Toluca-México y recorrimos en coche toda la carretera hasta llegar a Reforma. De nuevo tomé un autobús y bajé en el cruce con Palmas. Subí al coche, recorrimos esta última calle y llegamos a periférico norte, avanzamos varios kilómetros hasta encontrarnos con la Av. Mario Colín, ahí tomé otro autobús y la calle se convirtió en Av. Tlalnepantla-Tenayuca y posteriormente en Av. Acueducto. Al llegar a la Av. Coatepec debíamos dar vuelta a la izquierda, pero el camión siguió derecho su ruta, así que en la siguiente parada me bajé y seguimos el trayecto en carro. La Av. Coatepec se convirtió en calle Santa Teresa, luego en Emiliano Zapata, unos metros después en Venustiano Carranza, Juventino Rosas, hasta que por fin se volvía Lerdo de Tejada y ahí giramos a la izquierda y seguimos derecho. El objetivo era encontrar una pequeña calle de nombre Tatanacho que se convertiría en Fujiyama y nos llevaría directamente hacia Av. Tokio, mi destino final. El recorrido por estas callecitas resultó tan lento, que podíamos leer todos y cada uno de los letreros pegados en las casas del barrio: SE VENDEN COSTALES DE HARINA, CORTE DE PELO A $10, SE HACE POZOLE PARA LLEVAR, entre otros. Cuando finalmente encontramos la calle de Tatanacho, me bajé del coche y tomé el primer camión que pasó con un letrero que decía: TOKIO, mi destino final era la última parada de la ruta dieciocho (quizá la última parada del mundo, pensé); los pocos pasajeros que quedaban bajaron ahí y se dirigieron a sus casas. El final de la Av. Tokio estaba delimitado por ¡una reja oxidada, con una larga cadena y dos candados! A lo lejos sólo había árboles y pequeños cerros: un área de conservación ecológica. No puedo decir que la zona fuera limpísima ni tampoco que, en términos urbanísticos, estuviera bien planeada. Las calles subían y bajaban como en una montaña rusa, los sentidos vehiculares no estaban definidos y la gente cruzaba las calles sin preocuparse siquiera por no ser atropellada. Al bajarme del autobús leí en voz alta uno de mis libros preferidos: Muerte sin fin, de José Gorostiza. Tres niñas salieron de la casa más cercana y me veían de forma muy extraña, quizá pensaron que yo estaba loca. Al terminar de leer me acerqué a ellas para pedirles que posaran para una foto y a cambio les regalaría a Bellota, en cuyo interior había escondido un texto mío, que seguramente ya encontraron y posiblemente leyeron y botaron a la basura. Las tres niñas, que aparecen en la foto de abajo, aceptaron de inmediato y me dijeron sus nombres: Laura, Luciana y Lorena, Platicamos unos minutos y finalmente subí al carro feliz de saber que Bellota se quedaría a vivir en Tokio, entre aquellas niñas de los confines de la ciudad. Por cierto, las niñas no dejaron de sonreír cuando se las regalé. Avanzamos un par de cuadras y afuera de una casa, en la orilla de la calle, vi una cabeza de una muñeca tirada, llena de mugre y aceite. Le pedí a mi marido que parara y la traje con nosotros a casa. Al principio nos dio un poco de miedo e hicimos algunas bromas sobre vudú y otros temas. Ahora ella es parte importante de otra historia, es el punto final de este paseo fortuito.

Friday, July 15, 2005

SERIE DE PERSECUSIONES

La idea es de la artista francesa Sophie Calle, quien también ha sido personaje de Paul Auster en su célebre novela Leviathán (una novela llena de persecusiones). Sophie Calle persigue personas en la calle desde hace varios años, como lo hizo el protagonista de "El hombre en la multitud" de E. A. Poe, el primer cuento sobre el anonimato tumultuoso de las grandes ciudades modernas. Sophie Calle también escribe ficciones a su manera: elige a una persona en la multitud y la sigue de cerca, anotando escrupulosamente sus pasos y registrándolos con su cámara oculta. El registro verbal y fotográfico crea un tipo de narración cuyos elementos en juego son la especulación (¿quién es esa persona? ¿qué hará? ¿cómo será su vida?) y el suspense (¿me descubrirá? ¿volteará a verme? ¿me demandará? ¿llamará a un policía?). En esta narración voyeurista el persecutor-escritor-artista es también un personaje que actúa no en el mundo de la ficción, sino en la realidad. Pensemos en un nuevo género: autoficción. (En la página 124 de El mal de Montano, Enrique Vila-Matas habla también de la autoficción como la estrategia literaria con la que ha escrito toda su obra: la creación de una zona brumosa, una zona impura, donde autobiografía e invención se confunden deliberadamente.) Para el Taller de Literatura Desaforada hemos seguido sólo una premisa : perseguir a alguien en cualquier espacio público, a cualquier hora del día, durante por lo menos una hora. Luego escribir el relato de la persecución en primera persona. Arriba están los resultados...

Vivian Abenshushan

Thursday, July 14, 2005

PERSECUSIÓN CINCO

Lugar: Plaza El Yaqui en la calle de José María Castorena.
Fecha: 24 de Junio, 2005 a las 4:20 p.m.


Una blusa de seda negra
Daniela San Román

Ahora mismo estoy parada en la esquina de la calle J.M. Castorena, afuera de Plaza El Yaqui, atenta al bombardeo humano que sube y baja de los incontables microbuses que aquí se detienen. Pasa frente a mí un vivo representante del sedentarismo, que me aleja rápidamente con su penetrante olor a macho y los mapas de sudor que se han formado bajo sus brazos. Mi siguiente prospecto es una fiel seguidora de las mallas de red, escote amplio y labios bien pintados, pero antes de que pueda acercarme un poco más a ella, es abordada por un hombre de dientes amarillos que la espera con un clavel en la mano y una sonrisa que delata sus más profundas perversiones. Empiezo a sentir un hormigueo en el estómago cuando veo bajar tranquilamente de uno de los camiones a doña Rosa, así he decidido llamarla para facilitar las cosas ahora que me tomo la libertad de invadir su privacía. Doña Rosa es una mujer que lleva puestos dignamente sus aproximados sesenta años de paseo por esta vida y sería una modelo perfecta para Fernando Botero, tiene el pelo corto y teñido, ojos grandes y mal pintados, una vestimenta impecable y rastros de talco para bebé en el cuello, cuyo olor me hipnotizó desde el principio.
Trato de mantener una distancia razonable y la sigo incómodamente hasta La Parisina. Desde que entro me siento invadida por un mar acalorado de texturas y colores, retazos y precios bajos en canastas sin orden, mujeres insatisfechas que atienden de mal humor. Pero no me distraigo, doña Rosa está feliz viendo las organzas y las gasas, se enrolla en cada tela como un tamal que pronto saldrá a la venta, pregunta el precio por metro y se ve muy decidida a hacer su compra. Yo me detengo en el tergal, en las sedas y he respondido más de cuatro veces que sólo estoy viendo, si necesito ayuda yo la pediré. Doña Rosa me ha dirigido un par de miradas fulminantes, tal vez ha descubierto que no soy una amante de las telas como ella, y hasta parece ofendida. No quiero que sospeche, así que discretamente me acerco a una de las vendedoras y le pido dos metros de seda negra, no tengo idea de qué podría hacer con esa tela, pero eso me ha hecho ganar una sonrisa de doña Rosa. Voy a la caja, pago y salgo de la tienda fingiendo hacer una llamada por teléfono para poder esperar afuera. He estado en la puerta como diez minutos, mientras mi querida y talqueada víctima sigue indecisa en los colores, sus preferidos son los lilas y verdes, pero también busca algo que sea combinable. Puedo verle sus tobillos y me hacen sonreír, son un par de jarrones chinos que deambulan de un lado a otro disfrutando de las múltiples texturas y estampados que la rodean.
Por fin ha elegido sus telas, las paga en efectivo y sale cargada con un par de bolsas en cada mano, lo que la hace ver aún más redondita de lo que es. A mí empieza a gustarme esto de espiar la vida de alguien más, sobre todo porque creo que doña Rosa debe tener algún amante que fantasea al verla como un polvorón al quitarle la ropa. Y me intriga pensar que ahora vamos a su departamento. Salimos de la plaza y los jarrones chinos no se detuvieron para tomar un camión; decidieron caminar. Yo la sigo como si nada, algunas de las flores del vestido de Doña Rosa ya están marchitas, quizá en ella las telas recobren una vida que yo no conocía. Sus pasos son firmes y cortos, muy rápidos para su edad, pero tal vez lleva prisa por encontrarse con ese amor carnal que devuelve la ilusión por vivir.
Avanzamos cuatro cuadras y media, ella no ha volteado hacia atrás ni una sola vez, yo me siento tranquila. Ahora se detiene en una casa del tipo “polly pocket” y con toda la confianza del mundo abre la reja y entra decididamente. Yo empiezo a sentir nervios y alcanzo a leer un letrero en la puerta: MODISTA, COSTURA DE ALTA CALIDAD, PASE UD. Yo seguí caminando con paso lento, pude haber terminado mi intento de espionaje ahí, pero una culebra de curiosidad se agitaba en mi estómago y pensé que con dos metros de seda negra en mi poder, no sería tan extraño visitar ese lugar. Regresé y toqué en la reja con una llave. Una cara amable y conocida asomó para abrirme. Era doña Rosa, me preguntó qué se me ofrecía y yo titubeando inventé que necesitaba una blusa negra y me habían recomendado su taller. Me pasó y me ofreció un vaso con agua, yo acepté e inmediatamente me sentí amenazada al ver la cinta métrica, los alfileres, los pedazos de tela en el suelo. Hablamos del falso modelo que yo quería y hasta vimos algunas revistas, por fin apareció la blusa de mis sueños y entonces empezó la tortura, tomó unas medidas que repetía en voz alta como si yo quisiera saberlas, puso mi nombre en su libretita y me dijo que en una semana estaría lista. Una voz de hombre mayor gritaba desde el fondo de una habitación: ¡Eugenia!, ¡Eugenia!, ¡ya va a empezar tu comedia!, ¡apúrate!, Doña Eugenia (que tristemente no se llamó nunca doña Rosa), le respondió que estaba ocupada atendiendo a una clienta, que se comportara, y empezó a darme algunos datos familiares con los que yo me sentí confundida, tenía 4 hijos, ya todos casados, vivía sola con su marido pero a veces ya no lo soportaba, (y yo estuve a punto de preguntarle por su amante, ese que tenía una obsesión por el talco de bebé), y su vida transcurría entre pedazos de tela y atenciones para el hombre que juró amar y respetar todos los días de su vida hace más de 35 años.
Terminamos con lo de la blusa y me di cuenta que ese era el fin, así que me despedí sintiéndome culpable por haber entrado sin permiso en su vida y quedé de volver el próximo viernes. Ahora me doy cuenta que no sólo llevaré encima el remordimiento, sino una blusa negra que me lo recordará a cada instante.

Tuesday, July 05, 2005

PERSECUCIÓN CUATRO

México D.F.

14 de Junio 2005.

JR.
Decidí escoger al sujeto cerca de un centro comercial debido a dos razones fundamentales: a) seguir a un sujeto en automóvil estaba totalmente fuera de discusión ya que no cuento con automóvil y la opción de subirme a un taxi y decir “siga a ese auto” –por tentadora que fuera- resultaba poco práctica y b) resultaba más fácil seguir a alguien en un lugar público que andar por la calle con el riesgo de que el sujeto en cuestión se trepara a algún transporte público en dirección a alguna parte de la ciudad de donde intentar regresar resultara en un acto heróico –simplemente no estaba de humor heróico el día de hoy-. Es así que, en la esquina de la calle Oso y Parroquia, justo en el punto en que la tienda Liverpool, las plaza Galerías Insurgentes y el estacionamiento dedicado a estos dos forman una cruz, escogí a mi sujeto de observación. En realidad era un par de sujetos ya que se trataba de una pareja de adolescentes, seguramente de nivel bachillerato, que decidieron pasar un rato en el centro comercial (por la hora puedo deducir que se estaban haciendo la pinta lo que de alguna forma me hizo pensar que no me harían perder mi tiempo permaneciendo sólo 15 minutos para luego irse a sus casas). Haré una breve descripción de ambos: él con pantalones deportivos o “pants”, unos zapatos deportivos o “tennis”, una camiseta roja (perfecta para mis fines observacionales), con una estatura cercana a los 1.75 mts y con una gran cabellera de pelos rizados tipo afro bastante mediocre que lo hacía parecer salido del show de Benny Hill; ella, zapatos y pantalones deportivos también, pero con una camiseta blanca que mostraba algún tipo de escudo escolar sobre el pecho izquierdo, cabello lacio y de una estatura cercana a los 1.60 mts. En fin, entraron a la plaza por la entrada a Sanborns que está sobre la calle Parroquia y se dirigieron inmediatamente a la sección de discos y DVD’s. Supongo que estaban buscando alguno porque hicieron un par de preguntas al dependiente pero no compraron absolutamente nada. Posteriormente decidieron subir al nivel de los restaurantes de comida rápida y adquirieron un par de refrescos en el KFC. Difícil decir cual era el sabor que escogieron pero estoy seguro de que pidieron mucho hielo ya que el dependiente les mostró dos veces el cucharón con el que lo servía. Una vez con sus respectivas gaseosas bajaron a la planta baja y se instalaron en una banca justo frente a la “Sala Chopin”. Yo tuve la fortuna de instalarme en otra banca a unos 5 mts de ellos, también frente a la sala Chopin, cosa que al final resultó ser una completa ventaja porque exhibian en una de sus pantallas enormes una película que resultó una alternativa fantástica ante la poca actividad de mis pequeños conejillos de indias. Resulta que nunca había caído en la cuenta –tal vez porque nunca había decidido seguir a una pareja de pubertos- de que el interés que causa la observación de su comportamiento es comparable a aquella que causa el observar a un puñado de hormigas construir su nido. Durante el resto del tiempo que fueron sujetos de mi observación simplemente no hicieron prácticamente nada. Agarrados de la mano se daban un beso cada 5 minutos, luego se compartían un comentario, seguramente acaramelado, luego daban un sorbo a su bebida y repetían de nuevo todo el ciclo. Después de aproximadamente 30 minutos de este ciclo insufrible él se encontró con unos amigos -de la escuela tal vez pero tomé nota de que ellos no vestían ropa deportiva- mientras ella encendía un cigarro y se entretenía haciendo donas de humo, Esto duró unos 10 minutos hasta que el grupo de amigos se despidió del sujeto con el típico saludo-despedida que implica golpear con tu puño el puño de aquel a quien saludas o de quien te despides. Él entonces volvió a sentarse de nuevo junto a ella para volver a la vieja rutina de sorber, comentar y besar. Después de una hora de haber comenzado mi vigilancia ellos parecían decididos a pasar otra hora haciendo lo mismo así que me despedí de ellos en silencio y me alejé, alegre de salir de ahi.

PERSECUSIÓN TRES

Lugar: Metro Coyocacán
Día: Martes 28 de junio de 2005
Hora: 8:30 a.m.

Francisco Razo

Llegué al andén del metro Coyoacán con la intención de hacerlo. Fijé mi atención en los usuarios que esperaban detrás de la línea amarilla de seguridad la llegada del convoy. Me detuve unos pasos atrás para observar con mayor cuidado y sigilo. Titubee en la idea de lograr mi objetivo así que agudice la vista y los sentidos. De pronto la vi: inmóvil, con la mirada anclada al piso y una fragilidad expuesta en sus brazos caídos. Vestía un pantalón y un saco gris. El uniforme de su trabajo: supuse. Tenía el cabello teñido de un naranja gastado. Permanecía indiferente al murmullo de la multitud. Recargada contra un muro al que parecía robarle fuerzas para seguir de pie.
El aire se quebró con el usual sonido del metro corriendo sobre las vías. Me acerqué a donde ella estaba, acechándola. Aproveché la ausencia de su mirada para pegarme a sus pasos débiles y sin ánimo. Abordamos al mismo tiempo. Ella como dueña de su espacio y yo como el intruso que aprovechaba su rutina para perseguirla.
Miré un pequeño prendedor en el que se leían las siglas del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. Su mirada seguía vagando, imaginando, quizás, el sentido de sus pensamientos. El tren avanzó cuatro estaciones antes de que se desocupara un asiento. Mi presa se giró y con movimientos indiferentes se sentó. Desvié la atención hacia los demás pasajeros. Todos refugiados en el único fragmento de intimidad que se puede compartir en ese sitio: los pensamientos. Me relaje un poco. Ella estaba de espaldas a mí.
La chicharra gimió. El metro reanudaba la marcha. Se quedaba atrás una estación más de la que no supe ni siquiera su nombre. Mi destino eran los pasos de aquella mujer que olía a tristeza, las escalas no me importaban.
Cuando acechas, debes cuidar las espaldas. En cualquier momento puedes convertirte en presa sin que lo sepas. Recargado contra la puerta del fondo del vagón lo supe: dos ojos, como escopeta de doble boca, apuntaban hacia mí; reforzados con delineador negro me miraban desde el lado opuesto a donde yo estaba. Alguien, que no era mi víctima, me observaba con detenimiento. Por un momento me turbé, sintiéndome en evidencia. Recuperé la calma cuando la vi bajar en la siguiente estación.
Estación Niños Héroes. Mi ingenua solitaria se levantó. Preparé mi salida. Descendió del vagón. Caminé su camino. Evadí a los mismos transeúntes. Ella me guiaba con su cabello quebrado y con sus manos protegiendo su bolso. Su mirada acariciaba el piso, como confirmando la misma ruta de ayer; la que ha seguido desde hace no sé cuántos años.
Los dos vimos el edificio del Tribunal aparecer ante nosotros cuando salíamos de las entrañas de la ciudad. Miró su reloj, apuró el paso y alisó su cabello. La calma que portaba en el vagón la perdió cuando estuvo en la superficie. En ese momento casi corría, así cruzó la calle. La luz verde en el semáforo desencadenó un río de autos que no pude cruzar. Ella siguió sin mirar hacia atrás. Subió la escalera del edificio gris y la perdí de vista cuando entró por la puerta principal. Me giré y regresé en busca de mi ruta. Ella se quedó atrás, con su mirada triste, leyendo conflictos que debía resolver. Yo avancé con una soledad que me hizo extrañarla.

Saturday, July 02, 2005

PERSECUSIÓN DOS

Quincedejuniodedosmilcinco
Lacondesaparquemexico
Unadelatardeconveinteminutos
Mijal Schmidt
Una mañana no como cualquiera, rociada por la intención de hacer de la cotidianeidad alimento fértil. Decido --sin decidir por cuenta propia-- seguir a aquella mujer para que se cuele por mi esófago hasta mis pasos. Su benevolencia con los perros callejeros, a quienes da de comer alas de pollo, me incita a pasear.
Emprendo la caminata tras sus presurosos pasos, me da la impresión de que tiene algo más que hacer a una hora determinada, pues a pesar de ser mucho mayor que yo, avanza como si adivinara que quisiera oler su vida.
¿Cuál es la diferencia entre el otro y yo?
La mujer jala un carrito de supermercado que parece ser más pesado que sus piernas. En él lleva trozos de vida y cuentos que va dejando caer según los animales a su paso. Encuentra a dos perros blancos, peludos y pregunta a sus dueños en tono dulce: "¿Dónde están las pelusas? ¿Las bañaron?" Platica un poco más con los adolescentes dueños de las pelusas y se va, quiero decir: casi corre.La sigo de lejos, en diagonal para evitar su mirada, presintiendo la mía.Toma la calle de Amsterdam, cruza hacia el camellón y dejo de verla un instante. Cuando miro de nueva cuenta, ella no está. Apresuro el paso buscando en toda dirección posible. Nada. De pronto enfoco la mirada, busco entre las flores del puesto de la esquina y la encuentro mientras ella platica con quienes parecen ser antiguos conocidos o recién desconocidos. Camino hacia atrás temerosa de haber sido ubicada por su intuición. Me escondo brevemente, ahora en frente de ella, yo tras árboles flacos.
Suena mi teléfono celular, contesto y la pierdo de vista por un instante. Camino más de prisa hasta verla de nuevo mientras saca bolsas de plástico de su carrito, para revisarlas. Toma la calle de Popocatépetl, se detiene en un puesto de garnachas, saca una bolsa en forma de gota por el contenido y la amarra a un árbol frente al banco en el que se sienta para aprovechar un tlacoyo de papa con salsa verde. Platica con familiaridad con las mujeres del puesto, que, como supe después, son hermanas y llevan diez años en el negocio sobre la banqueta. "Son los mismo años que lleva doña Aurelia --me explican--alimentando perros de la Condesa con la comida que pide en los restaurantes. A eso se dedica."
La mujer termina de comer y camina hacia Insurgentes. Se detiene en la parada de autobús y entonces comprendo, sorprendida, su labor: del carrito saca una bolsa con arroz rojo, salchichas y verduras y las pone en el piso, cerca de la boca del perro que está acostado, como si él también esperara el autobús. Después la mujer saca una caja de Dog Chow y con la mano revuelve las croquetas con el resto del alimento. Al terminar se limpia la mano en los arbustos que adornan la sequía del lugar. La mujer charla con algunos jóvenes ahí sentados hasta que llega un autobús: lo toma y se va.
Son las dosycuartodelatarde.